El Mono y el tigre, una meditación en contra de la risa.
Desde hace un buen tiempo -dos años, quizá tres- he venido pronunciándome en círculos cercanos acerca de la risa. Incluso con mi proceso cultural, La tacita de lata, he manifestado que me interesa confrontar a la gente con otras expresiones y las emociones que proyectan. Así, por ejemplo: he dicho que sería ideal que la gente entienda y asuma como otra posibilidad salir triste, confundida, apenada, enojada, e incluso inconforme e insatisfecha de un evento. ¿Por qué renunciar a todo esto en la experiencia estética? Considero que cada forma de la afectividad nos permite canales y modos de relacionamiento con el entorno.En el caso del sector cultural, por ejemplo, la sumatoria de estas sensaciones nos formaría como un público más crítico y objetivo. En este sentido, considero fundamental la validación y restauración simbólica de las llamadas “sensaciones o emociones negativas”.
Ahora bien, antes de eso, se me hace necesario parar en la definición de lo negativo y lo positivo; esa expresión traída de la mecánica y la física a las humanidades a fin de anular el marco moralista que nos implica hablar de “El bien y el mal” pero que ha terminado siendo exactamente lo mismo, o quizás acudiendo a los términos de Jorge L. Tizón, una profesionalización de la moral que le quita al sujeto que vive la potestad de simbolizar y significar sus experiencias. Con esto en mente, recordemos que lo negativo y positivo tiene más que ver con pesos, contra pesos, cargas, impulsos y resistencias. Así las cosas y a mi modo de ver, todas las emociones y sensaciones tienen la posibilidad de ser positivas y negativas, no sólo en distintos momentos sino (y quizá en mayor medida) de forma simultánea. Me explico pensemos para hacerlo fácil en la felicidad catalogada como una emoción positiva…
Pero, un momento. Debo anticipar que no me iré al lugar harto trivial de “Todo en exceso es malo” ni “si siempre se es feliz no se puede ser realmente feliz porque se necesita lo contrario para diferenciarlo”. Afirmaciones que aún con valor y sentido, por su uso se han vuelto patéticas.
Sigamos. La felicidad aporta una serie de sustancias (endorfina, serotonina, dopamina y oxitocina) al organismo, o más que aportar, las segrega; pone en marcha su influjo sobre el organismo y esto se traduce en alteración de capacidades y alteración de percepción de la realidad. De repente nos sentimos más confiados para tomar decisiones y asumir riesgos, esto sería lo positivo, y al mismo tiempo dejamos de preocuparnos por otras cosas; otros problemas, otras decisiones, otras ideas. Dejamos de sentir temor o ansiedad. Esto es lo negativo. Este pulso y contra pulso, generan un movimiento específico.
Pasemos ahora a la rabia. La rabia libera en nosotros noradrenalina, y dopamina al tiempo que inhibe la serotonina y la vasopresina (ya hay aquí simultaneidad de lo negativo y lo positivo, a menos que contemos la inhibición como un elemento positivo, algo que aparece,como un tope). Entonces podemos tener más reflejos, más velocidad, fuerza y resistencia física. Esto quiere decir que podemos correr más tiempo o soportar más dolor. Por otra parte, la rabia nos quita reflexibilidad, capacidad de introspección y perspectiva, porque la atención se centra en el objeto que la causa y la percepción de la realidad se altera; todo termina siendo filtrado por esta emoción.
Lo propio sucede con la tristeza, que en sus expresiones más fuertes puede llevarnos a tomar decisiones importantes como terminar una relación, dejar un trabajo, irnos de un lugar, hacernos daño o atentar contra nuestras vidas. Todas estas son acciones/impulsos/ movimientos es decir efectos de connotación positiva, sin nombrar el respectivo repliegue de neurotransmisores en el sistema nervioso. Por otra parte, igual que la felicidad o la rabia, la tristeza nos altera la percepción de la realidad y reduce la perspectiva con que nos enfrentamos a ella. Si bien puede haber reflexión, ésta pierde cualidades y se torna primordialmente fatalista, excepto en aquellos casos en los que la misma reflexión nos suscita acciones que atienden la causa del malestar, pero eso requiere un trabajo de acercamiento a las emociones. Además , suele ocurrir una confusión de esto último con la mera compensación, es decir, acciones como comer, viajar, salir, tomar… todo esto para omitir la sensación de tristeza, algo que a fin de cuentas se transforma también en reducción de la perspectiva. ¿Ven a dónde llegamos en cada caso? Si les hace falta argumento repliquen el ejercicio con otras emociones, y claro, también con las sensaciones. Al final todo se resume en un impulso ( lo positivo) dado por una segregación de sustancias sumadas a contenidos de orden social e intrapersonal en relación con las disminución de cualidades y capacidades ( lo negativo) frente a la presencia de un objeto-estímulo que interpela (resistencia).
Habiendo abordado aquello de lo negativo y lo positivo desde las emociones, podemos volver con mayor claridad sobre sus manifestaciones y puntualmente sobre la que nos convoca: la risa.
Mucho se ha hablado de la risa como un antídoto contra el malestar. Se nos ha vuelto natural la aceptación de aquella idea de “reír para hacerlo más soportable” y está bien, es cierto, pero ¿Por qué debemos hacerlo más soportable [lo que sea que intentemos soportar] en lugar de empeñarnos, a toda costa, en resolverlo? Esto me recuerda al concepto de fármacon mencionado por Platón en los diálogos con Fedro, cuando Sócrates relata el mito de El origen de la escritura en Egipto. Se habla de El fármacon como esta especie de medicina que permite aliviar un mal pero que al mismo tiempo tiene una consecuencia negativa. En el caso de la escritura, el dios Thamus le ofrecía al faraón el arte de la escritura como un potenciador de la memoria, pero el faraón dudaba porque entonces las personas del pueblo dejarían de utilizar su facultad de memoria y la delegarían a la escritura. De igual manera podría remitir también a una referencia bastante común en mis textos, la del “Banquero Anarquista”, cuando este personaje de Fernando Pessoa indica que ayudar a los otros, si bien puede tener un efecto positivo inmediato, termina debilitando su carácter.
En un país como el nuestro, donde la guerra se ha vuelto cotidiana y recién empezamos a cuestionarnos sus formas, su lenguaje y sus efectos ¿No hace sentido cuestionarnos con la misma rigurosidad por la herramienta con la que supuestamente la hemos hecho más tolerable? Tampoco puedo dejar de preguntarme ¿Quienes ríen? ¿El sujeto que se ríe de su condición particular válida en esa “individualidad” la risa sobre la tragedia colectiva?. Hay que ver también de qué se ríen y de qué se ríe cada persona. ¿Cuántas veces hemos visto riéndose a la gente de su catástrofe? A esto último se responderá, con cierta facilidad, que muchas personas lo hacen y tendremos varios ejemplos a la mano. Pero entonces la pregunta que se viene es ¿Y para qué sirve? Cuando se hace un chiste sobre un homicidio, una violación o una tortura ¿A quién le sirve Esa risa? ¿Para qué le sirve? no a las víctimas, seguro. Le sirve a los que buscan entretenerse y están tan viciados tan ávidos de felicidad y carcajadas que ni por un segundo se les cruza por la cabeza que ante el chiste no necesariamente tendrían que reírse, sino que podrían también enojarse, entristecerse, conmoverse. Emociones y sensaciones que, de hecho, sí suelen desembocar en acciones útiles para abordar la situación de las víctimas puntuales, de las pasadas, e incluso de las víctimas potenciales. Y no, no es que se va a justificar ahora que justo ese es el papel de la risa. Esa sí sería la máxima vileza: ubicar a la risa o a la felicidad como La Emperatriz de las manifestaciones emocionales. ¿Cuándo se fundó el Imperio de la risa? ¿Dónde hay un ritual de muerte cuya base sea la risa? Y si los hay, porque es probable, sabemos que cada ritual responde a las realidades de su contexto, porque si no lo mismo y todos hacemos alabaos o matamos gallinas negras o encendemos globos y los lanzamos por los aires. En un territorio en el que se ha perdido tanto, ¿Cuál es el papel que debemos darle a la risa en razón de las metas que nos trazamos? ¿Y acaso no es la muerte del arquetipo de la pérdida? Por arquetipo, para quienes quizá no sea cercano el término, nos referimos -de manera muy sencilla- a la esencia de las cosas en cuestión, en este caso lo que queremos decir es que las pérdidas son, en esencia, una analogía de la muerte. Todas las pérdidas implican una separación del objeto querido (u odiado) y una reacomodación tanto interna como externa, mayor o menor, según las dimensiones del vínculo con ese objeto y las características particulares de la pérdida. Volviendo, la risa, como yo la veo, no es la cura sino un paliativo, un fármaco, como ya dijimos, y no debe confundirse con la solución de los problemas a los que acude para manifestarse.
Se podrá entender ahora que en realidad no estoy en contra de la risa. No tengo la fantasía gris de un mundo lleno de infelices. Creo como dicen los de La Bersuit que “ No hay nada más antiecológico que un infeliz, un infeliz es fabricante, traficante, portador, vendedor de toneladas de dolor… una orquídea parásita que chupa luz que chupa vida”. Pero tampoco puedo dejar pasar esta confusión por alto, esta sacralización de la risa como objeto de mercado que debe su éxito a lo mismo que lo debe la guerra: a esa sensación de éxtasis, a la sensación de poder y la aspiración de no tener que preocuparse por otras cosas. Sensación, que insisto, no es sino omisión de la realidad y miopía. No estoy en contra de la risa a secas; estoy en contra de la risa que encubre la resignación y la indiferencia, porque entre más nos acostumbramos a la risa y sus efectos analgésicos, más nos olvidamos del dolor y los jodidas que están las cosas aunque en el show que miramos nos hablen de esas cosas; porque no he visto a quien riéndose diga “vamos a hacer algo” y en cambio he vivido y he visto como quien llega a moverse es quien se siente incapaz de seguir riendo, y conmovido, busca hacer algo frente a lo que se le ha mostrado. Estoy en contra de la risa invasora que devora los recursos (dinero, tiempo, energía, intelecto, logística, infraestructura, medios de comunicación, redes sociales [físicas y humanas]) que podrían encaminarse en la solución real de las problemáticas que decimos hacer más llevaderas. Estoy en contra de la risa que hace llevadera la pérdida de la dignidad y la renuncia a la ética en la empresa plagada de “superiores” y “pares” corruptos, mediocres e indolentes, de la risa que camufla la incapacidad de afrontar problemas con la pareja o con la familia. Estoy en contra de la risa que opta por burlarse del amigo tomando unas cervezas en vez de buscar la mejor forma de ser, por lo menos, un apoyo emocional adecuado, si es que no se puede material y operativo ¿De qué le sirve a mi amigo que me burle de sus temores? ¿Y si en lugar de ello le pagáramos terapia con lo que pagamos las cervezas? ¿De qué le sirve a mi hermano reírme de sus complicaciones en medio de una pomposa fiesta familiar? ¿Y si en lugar de ello usamos todos los recursos que esta demanda en generar soluciones por lo menos parciales para sus problemas? Además no sé quién se pondría triste por hacer estas cosas.
En este punto, me permito introducir dos grandes problemas que veo en la forma en que asumimos la vida: el maniqueísmo y el monismo. Lo primero porque ¿Quién dijo que si no éramos felices seríamos infelices? o para no irnos tan lejos ¿Quién dijo que por no reírnos estaríamos directamente enojados aburridos o incómodos? En este nuevo marco de referencias vuelvo a preguntar más o menos lo mismo de hace un momento ¿De que nos reímos? ¿Por qué de eso? Lo peor, creo yo, es que se trata de un asunto más bien mediático, porque estoy convencido de que todos encontramos la risa en otros lugares y no solo en el chiste, y es aquí donde entra el segundo problema, aquello del monismo, forma de ver la existencia que nos lleva a creer tanto que el problema es una sola cosa, como que la solución a todos los problemas está también en una sola cosa. Vuelvo a decirlo con otras palabras: la risa tiene una función clara como paliativo en nuestra experiencia, pero no es ni mucho menos la solución total a ningún problema relevante, como lo es la guerra por ejemplo.
Como venía diciendo, no solo en el chiste y la comedia -y es que de hecho aún dentro del chiste y la comedia- podemos encontrar la risa. La risa surge debido al descubrimiento, a la identificación, y esto es apenas un pequeño cambio con respecto a esa primitiva risa nerviosa que se da por mera supervivencia. Se sabe que reímos porque si el otro ríe tenemos más probabilidades de estar a salvo. Entonces, que no se nos olvide que cuando nos invitan a sonreír nos están diciendo que debemos ponernos a salvo. Reír es sobrevivir. Sí, pero sólo en una circunstancia muy precisa en la que nos sentimos amenazados, nos la jugamos por no ser destruidos, pero no podemos quedarnos allí, eso no nos mantendrá a salvo del flujo de las cosas. Por mucho que se ría un mono, tendrá que hacer algo más que reírse para salvarse del hambre del tigre.
Para terminar, como es costumbre, no quisiera cerrar este ensayo sin plantear algunas alternativas que en este caso ya se han nombrado y no haré más que reiterarlas. Amigas, amigos: en lugar de reírse a lo tonto de los problemas de sus familiares, amigos y vecinos mientras ven un show pagado (o gratis) o mientras comparten unas buenas cervezas o una deliciosa cena -que no digo que no lo hagan nunca, esto también aporta al fortalecimiento de los vínculos y hacer llevadera la vida- dispongan sus capacidades en ver cómo pueden hacer algo que resuelva el problema. A ver, que no vamos a detener el cambio climático, Pero al menos le daremos más valor a la presencia de nuestras vidas en las vidas de los otros. Hay cosas, como algunas enfermedades físicas o mentales, que no podemos cambiar. Pero debemos salir de esa posición monista; las personas que nos rodean y los contextos en los que estamos inmersos, no son solamente tal o cual condición. Entonces, si no podemos curar completamente la enfermedad, de seguro sí podemos buscar algo en lo que tengamos alguna incidencia: las emociones, las sensaciones, las dudas, e incluso condiciones materiales de las personas que están a nuestro alrededor.
-Jaime González-
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