De lo apolíneo y lo dionisíaco en el proceso terapéutico



A mi modo de ver, una vez asimilada la popular comparación entre el chamán y el oráculo que posteriormente  transmuta a la comparación entre el chamán y el analista, es claro que efectivamente hay lugar también para esta división entre tipos de psicólogos. Esta división no ha de ser concebida como una escisión tajante sino como una ambigüedad.  De manera puntual: la psicología como una instancia polivalente. Luego, hay sujetos que se decantan por unos u otros valores dependiendo de la facilidad o dificultad que les implique el acceso a ellos. Cabe aclarar que hay profesionales capaces de conjugar de manera lineal o sincrónica esas formas de hacer, lo cual resulta beneficioso, en última instancia, tanto para quien consulta como para quien acompaña.

Consideremos por un momento esto con repecto a la hoy creciente psicología política como substrato de la psicología popular, que a su vez, ha dado paso a otras propuestas como la de una “clínica feminista”, que aboga justamente por un discurso que no ha de ser ni enteramente racional ni absolutamente afectivo, identificando que cualquiera de estas dos vertientes llevada  al extremo no es más que un utensilio. Para el primer caso, hablaríamos de un instrumento de la institucionalidad, y para el segundo, de esa otra vertiente de la cultura que se presenta como una alternativa pero que no es más que ebullición de los ya archiconocidos “iluminismos modernos”. Esto sin dejar de mencionar, que al final, ambas dimensiones constituyen un límite para el sujeto en cuanto a su capacidad de curarse, y más importante aún, su capacidad de comprender su enfermedad. Así pues, veo en esa barrera un diálogo que sería insensato dejar sólo de ese lado del muro.

Lo que se ve en estas disposiciones de la psicología es justamente una integración del desarrollo individual a través del estudio y la experiencia que se conjuga en lo colectivo por medio del diálogo y el ritual, el cual, ha recobrado potencia en el último decenio <<parabolicamente>> gracias a la comunicación que facilitan los medios y a la posibilidad de entablar una lucha todos los días en el campo de la dialéctica. Estas luchas que se están librando principalmente en los escenarios comunes, pueden tener también su expresión en el espacio de consulta individual, y si no, porque no todos los profesionales en psicología pueden con todo, por lo menos si desde la experiencia de quien consulta, que puede pasar de una terapeuta a otra en un momento dado según sus necesidades. En este sentido, un terapeuta idóneo para un proceso completo sería aquel que contara no sólo con la mántica apolínea y dionisiaca, sino también con la técnica “diplomática” de  Teresias; alguien capaz de poner en diálogo los intereses del sujeto  en consulta con el bienestar de la mayoría. Sin embargo, hay en este “profesional ideal” algunas contraposiciones que no se pueden dejar pasar.

En primer lugar, ocurre que no en todo momento requiere quien consulta un proceso tan amplio, o bien no lo necesita o sencillamente no cuenta –por los motivos que sea- con la disposición para ello; con lo que forzarle podría implicar un desprendimiento del mismo proceso o un movimiento individual que difícilmente estará sintonía con los elementos del entorno en el que cada cual lleva  su proceso y en el que invariablemente se  ve cada quien desde una posición protagonista que, sometida a la narrativa y el discurso, no puede dejar de convertirse en un relato intrincado y dramático sobre el cual ni el consultante ni el profesional pueden ejercer pleno dominio.

En segundo lugar, ocurre que en realidad pocas veces se hace posible encontrar a una persona profesional con estas características, y si las tiene, suele suceder que ninguna está plenamente desarrollada, lo cual desemboca precisamente en el resultado del punto anterior. Esto, es claro, no es más que el margen de error posible en cualquier operación, máxime si esta pone en juego un grado de subjetividad tan alto, porque recordemos: estamos hablando aquí de generar ese diálogo entre mánticas en el espacio clínico individual y no en el escenario colectivo, donde el mismo diálogo es ya un protector que reduce las posibilidades de error o distribuye la responsabilidad subsecuente al mismo, sobre todo por la tendencia a reducir allí el carácter casi canónico del terapeuta frente a la comunidad. Luego, no está de más recordar que todo ideal es un producto de la cultura y que por tanto, habría que sospechar de entrada de la imparcialidad del terapeuta ideal, puesto que tiene hartas posibilidades de no ser más que un servidor del ideal que lo ha posicionado.

En tercer lugar, si se tiene como horizonte un diálogo entre el sujeto y una sociedad a la cual busca beneficiar bajo el precepto del “bien común”, tanto el manantial apolíneo como el dionisiaco apuntarán a este propósito por encima de la comprensión y de la cura, a menos que esta idea de “bien común” se desligue primero de lo institucional, lo que podría parecer -sólo parecer- sencillo dentro de lo colectivo pero no en lo individual. Ahora bien ¿por qué insistir entonces en una clínica individual? Sencillamente porque la mayoría de personas de las comunidades no llegan a los procesos psicosociales de manera voluntaria en un primer momento. La gran mayoría acude a ellos por imposición o por casualidad, y a la larga, deben aceptar que su ejercicio de micro sociedad se ve atado de manos y pies por el movimiento de la sociedad general. Además, sus razones y sentidos, así como sus  técnicas, suelen tener demasiado afecto y poca capacidad de concretar el caudal técnico requerido para alcanzar los fines que se proponen, y por cuestiones prácticas, se deja un poco de lado (no tan poco) la comprensión individual, por lo que muchas veces estos procesos terminan siendo una sinergia o un choque de afectos, poderes e intereses.

Con todo, lo que quiero retomar aquí es la importancia de darle a quien consulta de manera individual la posibilidad de pasar por los distintos tipos de proceso de modo que sea más bien en su experiencia cotidiana donde los vea confluir y no necesariamente en un escenario controlado y primordialmente proyectivo, casi ficcional, respetando así el principio de “libre albedrío” de quien consulta y tomando distancia del lugar de mentor que suele darse también al terapeuta. Al mismo tiempo, ratifico el espacio de consulta como un escenario”libre” para la persona consultante y su relevancia en la construcción de sociedad en tanto que ningún sujeto que no se asuma estará verdaderamente en capacidad de asumir un lugar sano para sí mismo ni para lo demás dentro de lo colectivo. Hablo por supuesto de reducir las cifras de nuevos mártires, traducidas en líderes sociales que son asesinados o que se entregan a la comunidad en detrimento de su bienestar. Hablo, en últimas de la necesidad de promover la clínica individual, y sobre todo en territorios como el nuestro, donde celebramos en masa al punto de convertir el dolor en festejo por medio del rito, y sufrimos en silencio al punto de querer asumir de manera individual los mayores problemas que acarreamos como sociedad y como especie.

Aceptar el mundo antes de querer cambiarlo abre un lugar para la arqueología del futuro en el proceso terapéutico.

En la misma línea narrativa de la tragedia griega como dimensión especular en la experiencia humana, el proceso terapéutico presenta dos caras: una en la que se dispone al sujeto como alguien que acepta los designios del mundo y toma decisiones de manera libre sabiendo que sus decisiones tienen unos límites y un alcance (incluyendo esos límites que nos son cognoscibles) y otra en la que se le ubica en el lugar de agente de cambio, como los heraldos o “elegidos”, para cambiar la historia. Ambas posibilidades dialogan hoy con las diferentes teorías y convenciones, pero siguen siendo básicamente las mismas. Nuevamente, no hay aquí una contradicción sino una necesidad de comprender la ambigüedad como complemento en tanto que el sujeto en consulta no puede cambiar gran parte del mundo pero si su experiencia en él, y más sano estará en cuanto más acepte que la otredad cuenta con las mismas potestades, como en la lógica del amo  y el siervo planteada por Lacan.

Dicho esto, uno de los propósitos, cuando no el gran propósito del proceso terapéutico, habría de ser la integración  dialéctica y consciente de esta dos perspectivas, con lo que posiblemente sería mucho más sencillo dar lugar a la transición entre los distintos modos de proceso ya que en cada cual se podrían tener más o menos claro los límites del propio actuar, reconociendo inicialmente que tanto lo que se sabe, como lo que se siente y lo que se deduce, no es más que otra posibilidad dentro de muchas, lo cual puede modificar la posición de consultante en distinto modos y niveles ante el pasado y ante el futuro, logrando así una visión panorámica del tiempo como instancia efectiva de la circunstancia, como contingente y no como una serie de divisiones de antes, durante y después que sólo aplican para la narrativa pero no para lo vivencial, aun cuando se acepte que la narración es también una experiencia.

-@jaime_gonzalez.palabras-

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